Día de Reyes
¡Amado, Amado, que han venido los Reyes Magos!
Como si la cama fuese elástica, Amado pega un brinco en ella
y sale volando hacia el salón, el alma en vilo
¿qué me habrán traido? piensa. Porque no les había pedido
nada. Les había pedido todo: Un juguete divertido.
Tiene que pisar el freno en seco para no pasar por encima de
los zapatos.
Delante de ellos... ¡UN CAMIÓN!
Pero qué camión. Grande como un cajón de armario.
Amado lo toca, se apoya en el remolque, de madera pintada de
azul celeste, con la máquina verde claro y los “cristales” blancos, y lo empuja
suavemente. Giran las perfectas ruedas que también son de madera, y avanza
despacio primero, luego su invisible motor suena en la imaginación del niño,
que va acelerando y el camión sale de la habitación deprisa, potente, buscando
carretera.
Nunca tuvo ni tendrá Amado mejor regalo de Reyes. Aquél día
lo pasó recorriendo países, puertos de embarque, estaciones de tren, comercios,
ciudades, montañas y valle, llevando y trayendo ganado y frutas, máquinas y
minerales.
De mayor, seré camionero.
Pero ya fue camionero ese día.
El padre de Amado era carpintero. Hacía muebles y
herramientas. Por eso le había pedido a los Reyes aquél camión para el niño.
Muchos años después, Amado le daría las gracias a su Papá
por aquél inolvidable camión del día de Reyes. Y resultó que también él se
acordaba.