miércoles, 23 de enero de 2013

SALVAR A LA COCA


SALVAR A LA COCA

¡¡Jó, qué nervios, qué prisas, qué peligros y, al final, qué alegría pasó Amado aquél día!!



Resulta que La Coca recayó enferma a los pocos días de aquél susto que nos dio, como os contaba hace poco.
Fue de repente. Mamá la había ordeñado y el niño jugaba a pasar de un lado a otro bajo la panza de La Coca, que comía su pienso tan alegre como siempre que Amado la hacía compañía. Era verano, así que la vaquita le daba al rabo para espanar a las moscas, y al crío le gustaba poner su carita al alcance de ese “plumero”, que le hacía cosquillas en las mejillas.
De repente, como os decía, la vaca dejó de agitar el rabo, dejó de comer, levantó la cabeza y dio un largo y lastimero mugido,
“¡Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!”, dijo, dobló las patas delanteras y se arrodilló, luego dobló las traseras y lentamente se tumbó, miró al niño y vovió a mugir “Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuu”, repitió.
Amado salió corriendo (ya no pararía de correr en todo el día)
-Mamá, mamá, que a la Coca le pasa algo!!!
Ya Mamá entraba en el establo, alarmada por los gemidos de la vaca, se acercó al animal, que estaba empezando a echar espuma por la boca y las narices...
-¡Ay, Amado, qué malita se está poniendo!¡Y estamos sólos tú y yo! ¿Cómo vamos a avisar al veterinario? Yo no puedo ir, con el reuma que tengo casi no puedo ni andar.
-Yo sé donde vive, Mamá, voy corriendo.
-¿Cómo vas a ir tú sólo? ¿Y si te pasa algo, te caes o cualquier cosa? Eres muy pequeño
-No soy pequeño, Mamá, ya tengo 3 años y medio
-La verdad es que veo muy malita a La Coca, no sé si aguantará mucho tiempo. Así que ve, Amado, vete a buscar al médico, corre, corre!!!
Amado ya había salido pitando. Con los mugidos de la Coca, también El Tenorio había dejado de pastar y estaba allí atento a todo. Cuando vió salir corriendo al niño, corrió a su lado y le adelantó, como diciéndole “monta, que te llevo”.
Amado comprendió que el burrito correría más que él, se montó de un salto, se agarró a la suave crin y nunca se vió a un burro correr tan rápido, si parecía un caballo de carreras. Tuvo que abrazarse al cuello del animal para no caerse.
¡Corre, Tenorio, corre!
¡Guau, guau!
Anda, si El León también iba con ellos, corriendo a su lado!!
El perro había decidido acompañarlos al ver que iban con tantas prisas, para protegerlos de algún peligro o por si necesitaban su ayuda.

Y vaya si la necesitarían.

Primero se encontaron con un tronco que el vendaval había tirado en medio del camino.
El Tenorio saltó como un caballo jerezano, Amado siempre abrazado a su fuerte cuello.
Luego resulta que el atajo que habían cogido para llegar antes, pasaba por un río, pero había llovido tanto los días anteriores,que el agua se había llevado la pasarela.
Y El Tenorio no sabía nadar.
-¡Guu, guau!!
Amado comprendió lo que le quería decir El León. Se bajó del burrito y se montó en su querido perro, que se metió poco a poco en el agua y pasaron al otro lado sin mayor problema, aunque algo mojados, eso sí.
Y ahora era El León un caballo corredor.
¡Corre, León, corre, corre!!
Tanto había llovido que el camino por allí era un barrizal y al perro se le hundían las patitas y no podía andar. Entonces saltó hacia las rocas de la ladera y de una en otra fue pasando aquél trecho. Amado pensó que estaba volando.

Cuando el Veterinario vió llegar a todo correr a un niño montado en un perro como si fuese un caballo, se frotó los ojos pensando que eran imaginaciones suyas.
Corra, doctor, corra!¡La Coca está muy malita!
-Ya voy, hijo, ya voy. Lo malo es que tengo la moto estropeada y tengo que ir andando.
-Hiiiii,hiiiiiiii!!
¡El Tenorio! En el último momento se había atrevido a lanzarse al agua, que había visto que los caballo saben nadar sin necesidad de aprender, así que pensó que él también podría nadar. Le costó mucho avanzar, se sumergió todo su lomo, menos mal que no llevaba al niño encima, pero pasó.
-¡Móntese en el burrito, señor!¡Verá cómo corre!

         Y Allá que fueron los cuatro: El Veterinario en el burrito y Amado en el León, que no era un león, era un perrito que se llamaba León. Bueno, nada de perrito, menudo perrazo que era, parecía un león.
Volvieron por otro atajo que pasaba el río por un puente. Era un poco más largo, pero no había que atravesar el río a nado.
¡Corred, corred, corred!
El veterinario creyó que estaba soñando, le parecía que aquél burrito era un Pegaso alado, tanto y tan bien corría El Tenorio.
Pero siempre pasa algo. Un rebaño de cientos de ovejas estaba ocupando el camino un poco más adelante. El León percibió su olor desde lejos y se adelantó a toda velocidad
¡Guau, Guau y guau!!
Se puso en medio del rebaño, ladrando a uno y otro lado, y en un plis plas las ovejas se apartaron del camino, que quedó libre justo cuando llegaba el burro a galope tendido.
Por fin llegaron a la finca, el veterinario enseguida se dio cuenta del peligro que corría La Coca. Le puso una inyección.
-Uf, hemos llegado justo a tiempo, ha sido un ataque muy fuerte de una enfermedad muy rara. Con esta inyección está fuera de peligro, ahora le voy a dar un tratamiento y en unos días estará completamente bien. Luego le daré un remedio para que no vuelva a recaer.
-Menos mal que estaba usted en casa
-Y menos mal que Amado llegó a tiempo, si tarda un poco más no había nada que hacer.
-Pues yo llegué a tiempo gracias al Tenorio y al León

Aquél día hubo fiesta en la casa para celebrar la curación de la vaquita que toda la familia quería tanto.
Todos felicitaron a Amado, y todos acariciaron y mimaron a los dos valientes animales que corriendo tanto salvaron a la Coca.
Esa noche La Coca soñó con que un ángel niño volaba por la cuadra. El Tenorio soñó que ganaba una carrera de caballos y que el premio era un aplauso de la familia. El León soñó que era un Perro Pastor de ovejas, el mejor del mundo entero. Y Amado no soñó nada porque estaba tan cansado de tanto cabalgar y de tantos nervios pasados, que su mamá le dio una tila y durmió de un tirón.


FIN

jueves, 10 de enero de 2013

EL TENORIO



¿Sabéis que mi burrito fue el de Sancho Panza? ¿Queréis que os lo cuentes?
Veréis...
       En el pueblo, que era Toro, se celebra una gran cabalgata el día de la Fiesta.
       Y resulta que aquél año, la carroza más grande y bonita era la de Don Quijote y Sancho: los personajes eran de verdad, pero los animales (Rocinante y el rucio) eran de cartón piedra.
       Bueno, pues el día anterior al desfile aparecen en la finca donde viviamos los encargados de esa carroza: que se les había roto el burrito de Sancho Panza, y que no tenían tiempo de arreglarlo, y como ellos sabían que teníamos nosotros un burrito muy bueno, que si sería posible que se lo dejásemos, si no se espantaba, vamos, que ellos lo sujetarían muy bien en la camioneta para que no se cayese.
       TENORIO era mi burrito. Era un burrito precioso, plateado como Platero, un burrito muy famoso, pero imaginario. Tenorio era de verdad, suave, alegre pero siempre atento y responsable de lo que hacía.
       Y si vierais cuánto nos queríamos Tenorio y yo.
       Cuando tiraba del trillo en la era y yo me subía encima, él se daba cuenta y caminaba más despacio, sin tirones, para que yo fuese más seguro. Y miraba de vez en cuando para atrás, para mirarme y creo que sonreía cuando yo le decía: “corre, Tenorio, corre”.
       También íbamos a vender la leche de la Coca, la vaquita que daba la mejor leche del mundo (otro día, os hablaré de la Coca). Mi mamá me subía al burrito y le cogía las riendas. Anda que no iba contento Tenorio mientras yo jugaba con sus orejotas y le acariciaba el fuerte cuello y le tiraba de la encaracolada crin, que parecía un tirabuzón suave.
       Y el Tenorio era nuestro transporte escolar también. Sí, sí: montados en él íbamos los tres hermanos a la escuela (¡tres en un burro, jajaja!), a tres kilómetros de distancia, o sea, como seis veces la distancia a vuestro colegio. Angelito, el mayor, iba delante, llevando las riendas. Anita iba en el medio, el mejor sitio y yo iba sentado en la grupa, porque que era el más pequeño de los tres. Tenorio se daba cuenta y caminaba plano, sin prisa...
       Pero estábamos con la carroza: Mi padre les dijo que no se preocupasen, que Tenorio sería el rocín de Sancho Panza, que podían estar tranquilos, porque no se espantaría. Y que no se les ocurriese atarlo.
Y allí estaba yo para ver el desfile, en primera línea, más nervioso que un flan, con miedo a que pasase algo con mi burrito.
Ahí viene, ya se acerca, veo la camioneta, ya se ve la lanza de Don Quijote, que viene montado en su Rocinante de cartón... ¡aquí está Tenorio! Miradlo que firme y quieto que va, pero si está inmóvil, si hasta también parece de cartón,
-¡se mueve menos que el caballo! dice la gente
-¿pero es de verdad? preguntan algunos,
-¡sí, sí, es Tenorio, es mi burrito!, gritaba yo
-¡Sí que es bonito ese burro!
-¡Viva Tenorio!
       “Sancho Panza“iba de pie, cogido a las riendas de Tenorio, y temblando del miedo que tenía a que el rucio se espantase, pero de eso nada, que mi burrito no se espantaba.
       Corrí detrás de la “carroza” y cuando terminó el desfile, me colgué del cuello de Tenorio y él se reía contento de verme contento a mí.
      
       ¿Veis como era verdad?: El burrito de Sancho Panza fue Tenorio, mi burrito.
      
       Os ha gustado este cuento que no es un cuento, que fue de verdad?

       Pues también tenía un perrito que era un león...

Pero el cuento de León queda para otro día, ¿vale?

martes, 1 de enero de 2013

EL LEÓN


 El León no es un león. Es un perro que se llama León. Es el perro de Amado. Pero es grande como un León, de raza pastor alemán, con el cuello fuerte y de pelo largo de color marrón casi amarillo, Amado lo ve realmente como un león. Es que, claro, Amado sólo tiene 4 años, como Gustavo y como Nënu, León le parece aún más grande de lo que es. Que lo es incluso para un hombre grande: León es un perrazo.


            Mirad, ahí está Amado jugando con el León (antes ponían “el” delante del nombre, costumbres antiguas), porque es el perro más manso del mundo con la familia, y con Amado, además, es el más paciente: le consiente que lo monte como a un caballo, que juegue con su cola (y esto no lo suele tolerar ningún perro), que se le cuelgue del pescuezo como si fuese la rama de un árbol y hasta que le agarre de las orejotas, que siempre estan apuntando para arriba, pendientes de todo...

De repente, el León se levanta de un salto, Amado casi se cae de culo, porque estaba “tocando el tambor” de la barriga del León. ¿Qué pasa, qué sucede, qué alarma al fiel animal?
             
            El instinto del León es guardián, protector, vigilante, enseguida avisa si anda alguien por las cercanías de la finca, ladra fuerte si alguien entra y como en la finca siempre entra y sale gente para trabajar, el León se pasa casi todo el tiempo encadenado, el pobre.
           
Cuando termina la jornada laboral y los trabajadores se van, anda suelto y corre con Amado de un lado para otro.
Digo que si entra alguien, ladra fuerte, sí, pero no hace ademán de atacar, se contenta con ladrar, como avisando a los de la casa y advirtiendo a quien entrada.
           
Pero hoy todavía no lo habían soltado de la cadena, porque que senespera una visita: un amigo de la casa, un Guardia Civil que vendrá a jugar la partida al Tute.
            Algunas veces, Amado mira el juego. Al Guardia le gustaba gritar a su pareja, el hermano mayor de Amado, en el juego “¡canta, zurrón, o te pego un coscorrón!”. Es un guardia muy simpático.
            Pero hoy va a llevarse un buen susto. El ya contaba con que el León ladrase, como siempre. Pero lo que no sabía es que en este preciso momento está Amado, el peque de la casa, jugando con el León.
            Y el niño es para el perro un tesoro, como su propio hijo, vamos, tanto le quería.
Cuando apareció por el portal el Guardia, con el fusil al hombro, que al León le parece un palo, piensa que Amado está en peligro, no es suficiente con ladrar, había que entrar en acción.
            Se lanza como un verdadero león hacia el Guardia, que se detiene como una estatua a distancia prudencial, pero al León no le parece suficiente.
            Así nos lo explica Amado
             “ Como él sabía que esos palos podían dañar a distancia, que había visto a  Papá de caza, y como al Guardia Civil no se le ocurrió más que bajar el fusil del hombro y estirarlo, como para protegerse, como si fuese un palo nada más, porque veía que tiraba con tanta fuerza el León que temía que la cadena no resistiese, y fue pero, porque entonces el León más fuerte ladraba y más fuerte tiraba de la cadena, y miraba para mi como diciéndome “corre, escápate, vete adentro, que pasar, por aquí no pasa.í”.          
Pero yo estaba también petrificado, sin saber qué hacer, esperando que saliesen mis padres.
            Otra tontería que hizo el guardia fue intentar pasar entre el perro y la pared, como apartándolo con el fusil, y lo casi lo consigue y como el perro se dio cuenta de que no podría cerrar el paso completamente al “hombre del palo”, y  de que iba a pasar justamente por donde estaba yo, dió los tirones más grandes de que era capaz y ¡trás! rompió la cadena y saltó como un verdadero y feroz león salvaje sobre el guardia civil, que, presa del pánico, no cayó al suelo porque dió su espalda contra un árbol que allí había, y paró al león con la punta del fusil, que no quería disparar y que tampoco podría, porque no lo tenía cargado. Así que sólo podía usarlo como un palo, poca cosa para tan gran y fiero animal..
            Yo temblaba también de pánico, y el León pensaría que era por miedo al guardia. Pero pudo más su instinto de Perro Pastor que su herencia de lobo (porque ya sabéis que todos los perros descienden del lobo), así que se portó como debía: inmovilizó al hombre contra el árbol, gruñendo y ladrando fuerte y mostrando sus dientes, capaces de partir el hueso más grueso y, para demostrarlo, agarró el fusil y no lo soltó, seguro de que así no podría hacer daño a distancia, como él sabía que esos palos podían hacer.
            Y por fin fui yo capaz de gritar, que no de moverme:
- “¡Mamá, Papá, que el León se quiere comer al guardia!” y así un y otra vez, que el hombre no era capaz de moverse ni de decir una palabra, agarrado al fusil que el perro sujetaba por la otra punta, sin atreverse a soltarlo por no quedar desarmado, ni a intentar quitárselo de la boca, por no dejarle la boca libre.
            Pasaron unos segundos eternos, pero no infinitos, porque al fin apareció mi Mamá por la puerta, que corrió a sujetar al León por el collar, y el guardia, con el cañón del fusil doblado como un arco, se fue apartando como un gato del fuego.
            Y el resultado de aquélla aventura quijotesca fue bueno para el León, porque a partir de entonces, en vez de atarlo a una cadena, simplemente lo metían en la enorme nave en que teníamos las máquinas y los aperos de trabajo, donde además estaba el Tenorio.
Desde allí también avisaba, y lo pasábamos pipa los tres (el burrito, el perro y yo).
            También estaba la Coca en la cuadra, lo que pasa es que La Coca, la mejor vaca lechera del mundo, no era juguetona, era muy seria y responsable, y estaba siempre rumiando o tumbada en el suelo. Mi hermana, que era como Irene, dos años mayor, siempre estaba acariciando a la Coca y frotándola con un cepillo.”
           
El próximo día, os contaré otro cuento-que-no-es-un-cuento, el de la Coca.

EL TORITO


EL TORITO BRAVO


Agarraos bien para no caeros,
poneos cómodos para no temblar,
tened cuidado nos os pille el toro,
porque él lo va a intentar.
Atentos y estad al loro
que Amado nos lo va a contar.


            En las fiestas del pueblo, que mira por dónde, tiene de nombre TORO, en las que un día TENORIO hizo de rucio del bueno de Sancho Panza, era costumbre correr “la vaca enmaromada”: una vaca de raza bravía, atada por la testuz a una larga cuerda, la maroma, que los mozos aguantaban, tirando y aflojando según el peligro que hubiese.
            En la plaza de toros había festejos, y uno de ellos consistía en soltar becerros añojos (de menos de un año) para divertimento de los chiquillos. Y allí que saltaba mi hermano a correr y torear los becerros, yo en las gradas con mamá, y sin parar de gritar:


-¡¡Cuidado, Angelito,  que te pilla el toro, no te acerques tanto...!!


            Cagadito de miedo que estaba yo, vamos. Pero él no tenía ninguno, era el más ágil y valiente de todos los mozos.
            Y en la finca teniamos vacas, y algunos becerros criábamos hasta venderlos. No eran de raza bravía, pero cuando volvían del campo también me ponía a buen recaudo, mirando desde la ventana como llegaba la recua de animales, mi hermano guiándola con una vara en la mano, y a veces jugando a torear los chotos, y yo venga a pasar miedo por él.
            Así que cuando nos fuimos de Toro a Madrid, durante muchos años seguí soñando embestidas, viendo a mi hermano por los aires y a mí mismo volteado, corneado... menos mal que siempre despertaba antes del ataque final.
            Un sueño tan repetido, algún día tendría que cumplirse...
            Y ese día llegó.
            Ya tendría yo cerca de los 10 años, vivíamos en Madrid. Mi padre iba casi todas las semanas a pescar o a cazar, según la temporada. Y muchas veces ibamos con él Angelito y yo. O yo solo, porque él tenía mucho que estudiar siempre, el pobre, con lo que le gustaba el campo, pero lo primero es lo primero.
            Aquél casi fatídico día iba yo solo con papá.
            En la Vespa, que ahora hacía de Tenorio. El burrito no había podido venir a Madrid, claro. Mejor para él, ¿qué iba a hacer un burrito en un piso en la ciudad?
            Fuimos de pesca. A un río de cuyo nombre no quiero acordarme... es broma, la verdad es que no puedo acordarme ¡para nombres estaba yo!
            Dejamos la moto junto al puente y bajamos al río, caminando un rato por la ribera, pero sin pescar.


-Los mejores sitios están más arriba, vamos, ten cuidado no te pinches.
-¿Pero por qué hay esta alambrada? ¿Está prohibido?
-Está prohibido pasar, pero no pescar. Ponen la alambrada porque aquí hay toros bravos, pero no suelen acercarse tan abajo, aunque hay que estar atentos por si acaso.


            Como era normal en mi padre, excelente pescador, los peces empezaron a picar pronto, hermosas truchas “arco iris” (que así se llaman por los bonitos colores brillantes de sus escamas),  que yo iba colocando en la cesta, entre helechos para mantenerlas frescas. Aunque yo no pescaba, me emocionaba igualmente con los lances, corría a desenganchar los anzuelos, llevar la cesta..., de manera que al poco tiempo ya no pensaba yo en los toros, entretenido con las libélulas, persiguiendo las mariposas y acercándome a ver cómo los abejorros libaban las flores o cogiendo mariquitas que me ponía en la mano para que me contasen los dedos... bueno, ya sabéis que en el campo es imposible aburrirse.
            Por eso me sorprendió Papá, cuando ya íbamos de retirada, hablando de nuestras cosas
-Amado, ¿sabes cuál es la cosa más rápida del mundo?
-No, ¿cual es?
-La vista: si tienes cerrados los ojos y los abres, en ese mismo instante ya llega tu vista al monte, por muy lejos que esté, al mismo horizonte, incluso a las estrellas...
-¿Ja ja ja!, qué gracias, pero no es la vista, Papá, es la luz....


            Decía que me sorprendió, porque de repente va y me dice:


-Vamos ligeros, que aquélla manada que viene hacia aquí se está acercando mucho.


            Me sobresalté con el aviso y miré hacia la ladera: efectivamente, a unos cientos de metros más atrás, se acercaba deprisa una manada, en paralelo al río, a media altura de la suave loma.
            Era una manda muy numerosa, pero los animales estaban muy separados unos de otros, de manera que los últimos casi no se veían, y los primeros abarcaban una buena anchura.
            A mi me parecían lo suficientemente lejos como para no ser un peligro, pero mi padre sabía lo que decía.
           
-Al paso que van, nos alcanzarán antes del puente, así que tenemos que ir deprisa, pero sin correr, que entonces sería peor.


            Me cogió de la mano y sin dejar de mirar a los toros, apuramos el paso sin llegar a correr.
En pocos segundos, los teniamos casi a nuestra altura, aunque mantenían su marcha en paralelo... casi todos.
 


-Ese novillo nos está mirando


            Efectivamente, un novillo, que luego mi padre diría ser eral (de dos a tres años), lo que quiere decir que sería añojo (de menos de dos), porque los pescadores ya se sabe lo exagerados que son, pero que a mí me pareció utrero, o sea de tres años, por lo menos (como que se lidian en las plazas de toros), iba abriendo su trayectoria ladera abajo, mirando hacia nosotros, primero como de reojo, pero enseguida de frente.
            No era de los primeros, pero como empezó a aligerar el paso, iba adelantándose y ya se encaminaba decididamente hacia nosotros, con esa mirada aterradora que sólo el toro bravo tiene.


-Vamos, vamos, pero no corras, que si lo notan los demás estamos perdidos.


            El novillo andaba ya a paso ligero, paso ligero, al trote, al trote y de repente, al galope, al galope hacia nosotros.


-¡Corre, Amado, corre! (Dios mío, ¡cuántas veces me habrán dicho “corre, Amado, corre” en mi vida!!)


            Los primeros metros corrimos de la mano pero, de repente, mi padre me suelta:


-¡Corre, amado, escapa, corre, corre!!! (¡madre mía, siempre corriendo!)


            Mi padre se había dado cuenta de que el alambre estaba demasiado lejos y el novillo corría demasiado deprisa, nos alcanzaría enseguida, porque yo no podía correr más, y si nos cogía por detrás sería una tragedia. ´
            Así que Papá tiró la caña y se paró, vuelto hacia el toro, esperando la embestida como un forçado portugués.
            Yo me quedé petrificado, unos metros más allá, mirando el lance con una sensación extraña, como si estuviese soñando y esperando despertarme justo a tiempo.
            Pero esta vez no me desperté, porque no estaba soñando.
            El torito dió un acelerón en los últimos metros, para coger más fuerza, y embistió impetuosamente a mi padre, que habría saltado por los aires si no se aferra a la cabeza del animal, como los forçados hacen,y al volver los pies al suelo, parece que se agarrase con ellos, porque el novillo no pudo ya levantarlo de nuevo. El forcejeo duró un minuto eterno, pero no infinito porque acabó con los dos en el suelo, mi padre siempre agarrado a la testa del toro, venciendo su intento de cornearlo y levantarse.
            Yo tenía que hacer algo, miro alrededor y sólo veo la caña... ¡pero la caña tiene un anzuelo! Y no es un anzuelo cualquiera, es una “cucharilla”, una especie de potera con anzuelos “en ancla”. El toro ha caído encima de la caña, y el extremo del sedal, con el anzuelo, le queda al otro lado.
No lo pienso más, menos es nada: cojo la caña y tiro y tiro y tiro, el sedal se desliza bajo el animal hasta que llega la “cucharilla” y se le clava en la piel, que es tan gruesa que el torito ni se entera, pero yo creo que sí, porque justo en ese momento empieza a berrar, con un berrido intenso como el aullar de un lobo.


-Está llamando a los demás.



            Los demás han seguido su camino allí en la ladera, pero los más cercanos miran, alguno ha detenido el paso, curioso, no ven bien y además sólo en blanco y negro y no distinguen qué puede ser aquél bulto borroso, porque además la tarde ha ido cayendo y perdiendo claridad.

            Papá va aflojando el abrazo y lentamente, muy lentamente, se va retirando sin que el novillo se mueva, concentrado como está en berrar y berrar, yo pienso que es por el anzuelo, iluso de mi. Papá se levanta muy, muy despacio, me da la mano y vamos reculando primero despacio, paso a paso, el toro endereza la cabeza y nos mira como preguntándose qué ha pasado, él y nosotros miramos a la manada: los toros que estaban mirando ahora ven unas raras figuras moviéndose, ¿qué será?, se dicen, y su natural. entre curioso y agresivo, les impulsa a bajar la loma a paso ligero, cuando nosotros estamos ya cerca del alambre.




-¡Corre, Amado, corre, corre!!! (¡es mi sino!)




            En la carrera echo un vistazo atrás y veo cómo han bajado muchos toros hacia la ribera, ¡y dos están persiguiéndonos a carrera lanzada! Pero veo la cerca tan cerca que ya no tengo miedo.

            Cuando nos ponemos a salvo, miramos atrás y vemos algunos animales junto al novillo, que ya se ha puesto de pie, y los dos que han corrido hacia nosotros que han ido aflojando la marcha y, al vernos al otro lado, se han parado también y están mirándonos con esa cara bravía que impone pavor al que la mira.




-Bien hecho, Amado, eres un valiente.

-Tú sí que eres valiente, Papá, si no es por tí nos cornea por la espalda. ¡Parecías Hércules contra el león!!




            Bueno, esto último no creo que se lo dijese aquél día, porque aún no conocía los Trabajos de Hércules, pero se lo dije después, cada vez que recordábamos esta aventura, porque bien que se lo merecía Papá.

            Ni que decir tiene que los sueños con toros bravos corneando a mi hermano, a mi padre y a mi mismo, se hicieron ya habituales.

            Pero entonces, cuando no despertaba justo antes de la fatal cornada, aparecía mi padre delante del toro y paraba con su pecho la embestida, como hizo aquél día con aquél “torito bravo”





EL JILGUERO


EL JILGUERO

 (No-cre-as-que- por........que-canto
tengo-el-co-ra-zón.......a-le-greeeee,
que-soy-como-el-pa.......ja-ri-llo,
que-si-no-canta..............se-muereeeee)

No, no es éste mi cantar, ni quiero, 
porque de mi jilguero, 
siempre era alegre el trinar

El jilguero de Amado es el más bonito del mundo: sus siete colores brillan como arcoiris de pluma.

Además, el jilguero de Amado canta sin cesar y canta que es un primor. Oírle alegra la mañana, cuando los niños despiertan par ir al colegio y les recibe cantando cuando regresan, al caer la tarde.

Si es festivo, mientras ellos juegan, su trinar por entre las hojas de la higuera baja y parece que es mismo sol, sus rayos como guitarra.

El jilguero no sabe, y Amado tampoco, que hoy una aventura tendrán que nunca van a olvidar.
Por eso hoy, muchos años después, os la puedo contar.

Es un día del caluroso mes de julio en Castilla, y su hermano, un mozo mucho mayor, va a cazar jilgueros al río. Amado corre detrás

-Espera, Angelito, espérame, que yo también voy
-No, no, que los espantarás.
-No los espanto, que ya soy mayor.

El otro día, Amado cumplió los 4 años. Ya hace por lo menos dos que sabe andar solo por la extensa finca, sin perderse, y que sabe cazar lagartijas y trepar a los árboles a coger fruta. Pero su hermano mayor siempre dice que es pequeño. Así que hoy Amado intenta convencerle con eso de que ya tiene 4 años, porque los mayores le dan mucha importancia a eso de cumplir años, aunque él no notó nada especial al cumplirlos.

El caso es que da resultado:

-Anda, vente, pero como me espantes alguno, no vuelves. Y no te arrimes al río, que no sabes nadar.
-Sí que sé. Pero no me arrimaré al río, para que estés tranquilo.
-Pues corre, que ya es la hora.

Angelito, el hermano mayor, lleva al hombro la mochila con todo lo necesario para la caza, y en una mano, la jaula con el jilguero. Que ahora no canta, con tanto ajetreo.

-Déjame llevar al jilguero
-No, que se te cae
-Que no me cae, que ya soy mayor
-Vale, pero como se te caiga, no vuelves.  Y no andes a los golpes conla jaula, que luego no canta.
-Vale, tio. Pero no corras tanto, que soy pequeño.
-¡Ajá, lo que yo digo!
-Que no, digo pequeño de piernas,¡ pero soy mayor!!


Cerca del río, hay un zarzal, que ya está lleno de moras, aunque todavía no son negras, para eso falta un mes. Después, será un ¡¡“moralzarzal”!!

Allí se detienen. Angelito saca las cosas de la mochila, extiende por encima de las zarzas los hilos de “lija”, pegajosos, que él maneja con destreza y que no deje que Amado toque, porque sabe que se le pegaría en los dedos.

Luego, en un claro entre las zarzas, coloca la jaula con el jilguero.

-Ahora hay que esperar. Tú quédate aquí mismo, escondido detrás del árbol, ni se te ocurra moverte. Yo iré por el otro lado del río, para ir levantando los pájaros.
-Y qué hago yo. Yo quiero hacer algo.
-Tu vigilas ahí la jaula, que no venga ningún bicho, y háblale al jilguerillo, que al ver que estás cerca, perderá el miedo y cantará.


Amado piensa que todo eso es nada, porque el jilguero siempre canta, y encerrado en la jaula tampoco le pueden hacer nada los bichos, así que él quería hacer algo de verdad, pero cualquiera desobedece a Angelito, es capaz de mandarlo a casa con una bofetada encima.
Pasan los minutos y el jilguero no canta. Amado piensa que debe ser por el golpe que le dio a la jaula sin querer cuando venían, menos mal que no se enteró su hermano.
Así que se asoma y le habla despacito
-Jilguero, jilguerito, que soy yo, que estoy aquí contigo, que no pasa nada, que hemos venido a pasear
Casualidad o no, el jilguerillo empezó a cantar. Yo creo que no fue casualidad, claro que no. Lo que pasó es que vio a Amado y se tranquilizó y cantó de alegría, como hace siempre mientras Amado juega en la finca.
Amado entonces piensa que está haciendo algo. Que si no fuese por él, el jilguero no cantaría tan alto y tan bien. Seguro que le oyen todos los jilgueros de la ribera.

Angelito, mientras, va andando despacio por la otra orilla, para levantar, pero sin asustar, a los pajarillos que, una vez en el aire, escucharán mejor el trino del jilguero y acudirán, pensando que hay un intruso.

¿Que para qué quiere Angelito cazar jilgueros?. Para venderlos, naturalmente. Los jilgueros se adaptan muy bien a vivir en la jaula, y antes de la moda de los canarios, eran muy apreciados en los pueblos de España. Y siguen siéndolo, lo que pasa es que ahora está prohibido cazarlos, para que no se extinga la especie en el campo.

Pero en los días de nuestro cuento (que no es un cuento), había muy pocos  cazadores de jilgueros, y no había peligro de extinción. Y ya digo que los jilgueros viven contentos en la jaula.

El caso es que de repente, Amado deja de escuchar el trino del jilguero. Se asoma a ver qué pasa, pero nada, no ve nada raro. No se da cuenta de que por el cielo vuela, acechando, un aguilucho.

-Canta, jilguero, canta –susurra el niño- ¿por qué no cantas? Anda, canta, que Angelito va a pensar que te molesto y no me dejará venir más veces, y luego estarás solo. Canta, que no pasa nada.

Pero el jilguero sabe que sí que pasa algo. Siente el peligro, ve al aguilucho, que sobrevuela en círculos sin ver a Amado detrás del árbol, sólo divisa un jilguero, sabrosa presa, entre las zarzas.
Amado no ve cómo el aguilucho amplía el círculo de su trayectoria, para observar el campo, y entonces emprende el descenso, vertiginoso, y el brusco picado llama la atención de Angelito que, atónito, observa impotente el ataque. Su grito atraviesa la distancia más rápido que el gavilán y llega a los oídos de Amado:

-¡Corre, Amado, corre! ¡Que el gavilán se come al jilguero!¡Corre, Corre, corre!!!

El terror del grito se le mete entre las sienes a Amado, que de un brinco sale del escondite justo cuando el gavilán aterriza junto a la jaula.


El jilguero recula contra los barrotes del fondo, el gavilán da un saltito encima de la jaula y lanza las garras, que no llegan por poco, pero la jaula se inclina con su peso hacia el gavilán, y el pajarillo cae hacia sus garras.
Como en los cuentos, pero esto no es cuento, justo cuando el gavilán va a hacer presa, cae Amado de bruces, que ha tropezado en su frenética carrera, palo en mano, y el palo no golpea a la rapaz por los pelos, digo por las plumas, que alguna pierde antes de escapar como vino, volando, y allí quedaron mezcladas con las que también perdió el jilguero.
Amado queda magullado, la rodilla herida, el brazo también, la cara sucia de tierra, los ojos también...

-¡Bien hecho, Amado! Has salvado al jilguero, si no es por ti, el aguilucho le mata. ¡Bien hecho!¡Muy bien!

Jó, que susto, qué miedo, qué nervios, qué emoción... y qué alegría siente Amado por haber sido el héroe de la aventura

-Ya te decía yo siempre que soy mayor, y nunca me querías llevar contigo
-Pues desde ahora, vendrás siempre, que eres un valiente. Casi te matas tú, pero salvaste a nuestro jilguero.

Aquélla noche de luna llena, antes de irse a dormir, Amado contaba una y otra vez a sus padres y hermanos cómo cogió el palo a la carrera, cómo volaba más que corría, con el palo en la mano, hacia la jaula, y cómo no le rompió la crisma al gavilán por culpa del tropezón, pero llegó a tiempo y salvó al jilguero que tanto quieren todos, y todos le aplauden y felicitan y llenan de besos.
Aquélla noche de  luna llena de julio, soñó Amado que era gavilán que volaba a luchar y a vencer al aguilucho.

Y desde entonces, cuando escuchaba cantar al jilguero, cantaba su corazón de alegría, y se decía:


“Si no fuese por mí, ya no cantaría


LA COCA DE


LA COCA DE PABLO 
La vaquita más buena del mundo, La Coca.
Cuando Amado dejó de mamar, no dejó de beber leche, que va.
Bebía la de La Coca. Era una vaquita iguaita que la que nos ha pintado Pablo ahí arriba.
La Coca daba la mejor leche de Toro. La mejor del mundo entero.
Cuando Mamá ordeñaba a La Coca, Amado era feliz entre sus dos mamás, la de verdad y La Coca, que también era de verdad, claro.
Amado pasaba bajo la tripa suave de La Coca y abría la boca bajo las ubres que su Mamá ordeñaba para que le dirigiese a su boquita un chorro de leche calentita y tan rica como la que mamaba cuando era un bebé.
La Coca ni se movía. Sólo giraba la cabeza para ver al niño, que para ella era su ternero.



Amadola acariciaba el enorme cuello desde abajo y ella, como si supiese que su leche era para él, mugía contenta.
¡Qué leche daba La Coca!
Al hervirla, se acumulaba una capa gruesa de nata, que se recogía y que Amado comía muy azucarada.
(Para no olvidarse de La Coca, Amado seguiría desayunando leche toda su vida, leche entera le llaman, pero ya ni siquiera hace nata, menuda entereza es esa)
-¿Qué pasa, Mamá, qué pasa?
Amado estaba despertándose, como cada mañana, para ir al colegio, su madre sentada en la cama, le ayudaba a vestirse mientras le cantaba una canción
Despierta, mi bien, despierta
mira que ya amaneció
ya los pajarillos cantan
la luna ya se metió!
pero por la ventana llegaba un rumor de voces y Mamá se asomaba a ella
-La Coca, Amado. La Coca, que está malita
El tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar, el niño de respirar.
Salta de la cama y se encarama a la ventana. Allá en el camino hay hombres, uno es papá. El otro lleva una bata blanca.
Esta muy malita La Coca, Amado. Ahora va a mirarla el veterinario

-¡Coca, Coca!¡vaquita!

El niño no sabe que está llorando, que de sus ojos manan dos fuentes, es la primera vez que llora de pena por alguien. Nunca llorará con tanta pena.
Amado no se moverá de la ventana hasta que no se vaya el hombre de blanco, dos horas después.
Su madre lo dejó estar después de vestirlo, él ni bajó a desayunar, se le atragantaría la leche, si no se curaba, ya no daría más leche.
¡¡¡Pero La Coca se curó, y volvió a dar más leche!!!

Como toda la familia la quería tanto y ella era tan buena y tan fuerte, desde entonces La Coca ayudaba a El Tenorio con las tareas de la finca: tiraba del trillo cuando el burrito estaba llevando a los niños al colegio, o llevaba el carro...
Lo mejor era cuando había que ir a buscar a las demás vacas al prado: Amado la ponía el cencerro, porque ya tenía 4 años y sabía hacerlo él solo, y se montaba encima de ella, que se quedaba quieta para que no se cayese al suelo, pero tan quieta que no daba ni un paso, como si fuese una montaña viva.
Después echaba a andar despacio, muy despacito, como un manso caballito,
Mirad: ahora Amado se pone de pié sobre el ancho lomo de la vaca y levanta los brazos gritando ¡VIVA LA COCA! y cantando la canción:


  Un cencerro le he comprado,
Y a mi vaca le ha gustado,
Se pasea por el prado,
Mata moscas con el rabo
Tolón, tolón Tolón, tolón