miércoles, 17 de julio de 2013

HA LLEGADO LA CIGÜEÑA

LA CIGÜEÑA

¡Qué jaleo! ¡Qué ajetreo!
Entra genta, sale gente, Papá no para, Mamá no aparece. León está encerrado a cal y canto y no puedo abrir la puerta para ir con él. Anita y Angelito se fueron a Toro, al colegio, así que estoy sólo y despistado, a mi nadie me hace caso, ¡ni me ven delante!
Aquí pasa algo muy raro.

-Anda, vete a jugar por ahí

Bueno, por lo menos Papá me ha visto.
Pues si, allá ellos, los mayores, con sus líos. Me voy a jugar por ahì.
Hace frío, es invierno todavía, echo una carrerita por el camino abajo y cuando estoy llegando al contador me fijo en una cigüeña muy grande que está posada en lo alto. Claro, parece muy grande porque está muy cerca, que el contador es bajito, y las cigüeñas son pájaros muy grandes.
Ahí me quedo, pasmado, mirando a la cigüeña.


(¿Pero no tienes frío, cigüeña? ¡Yo me voy para casa!)

Otra carrerita, camino arriba, hasta la puerta de la casa.
Casi me atropella alguien al salir, me aparto, baja más gente, mujeres.

-¡Amado, que ha venido la cigüeña!

Anda, ya lo sé, acabo de verla...

-¡Y te ha traído una hermanita!!



(¡Aaah! ¡Esa cigüeña!, ¡la que trae los niños!. ¡Seguro que era la del contador!)

-Corre, Amado, corre, me digo. Cuando voy llegando, la cigüeña levanta el vuelo, extendiendo sus enormes alas blanquinegras y estirando cuello y patas, parece un avión.

-¡Espera, espera!...¡Adiós, cigüeña, adiós! ¡¡Y graciaaaaaaas!!

La casa era una fiesta. Mucha gente, todo el mundo contento. Ahora me dejaron pasar, más bien me pasaron y me llevaron a la habitación, para que viera al bebé. Pero yo solo miraba para Mamá, allí sonriente, muy blanca, me dedicó una mirada como si yo también fuera un bebé, me enseñó a mi nueva hermanita, para que la diera un besito, ella me dio otro a mi.
Aquélla noche no pegué ojo. Había visto a la cigüeña que me había traído una hermanita nueva. El bebé del que no se separó Mamá en todo el día, las dos en la cama, no sé por qué tenía que estar ella en la cama también.

jueves, 4 de julio de 2013

CUANDO ERA PEQUEÑITO

Cuando era pequeñito
dormía con la criada;
ahora que soy mayorcito
no quiere, la condenada

sábado, 29 de junio de 2013

LAS CEREZAS

LAS CEREZAS

Mamá llegó con un cesto de cerezas. Rojas y grandes, apetitosas. Reparte un buen puñado a cada uno y los tres hermanos se sientan a la puerta de la casa, más contentos que unas pascuas.




Comen y se ríen, glotones, golosos, entusiasmados con el profundo sabor y aroma de esas cerezas únicas que cuando marchen de Toro nunca volverán a probar pero siempre recordarán.
Anita se ha colgado en las orejas dos pendientes de cerezas. Amado la mira envidioso y busca en las suyas otro...¡y encuentra tres en uno!
-Mira, Anita, tres juntas, mira qué pendiente!!
Se lo cuelga en la oreja feliz y satisfecho, ganador.
Anita le mira. Esas cerezas que cuelgan de la oreja de Amado aún parecen más gordas, coloradas y sabrosas. Mirara las suyas, que se están terminando, vuelve a mirar las del pendiente tridente y ¡zás! las agarra, las arranca en un puño y a la boca la primera.
Su hermanito la mira, la cara un poema, un dramón, un berrinche que no acaba de salir, de tanta estupefacción.
Ella le mira, culpable, sonríe con una risita traviesa de pícara perversa y astuta, y ya tiene la tercer cereza en la boca.
Amado, en un arranque definitivo de rabia y derrota, de un manotazo le aventa las pocas que le quedaban a ella en la faldita y corre a comerse las suyas al otro lado de la casa.

¡Aquéllas cerezas que quedó sin comerse ya no las comería jamás!

lunes, 20 de mayo de 2013

O CABALIÑO DO MONTE

Érase unha vez que se era
Un cabaliño alazán

que nacéu nunha pradera




Foi na Serra do Barbanza
do Iroite na aba



De pequeñito trotata


que parece que voaba

¡Qué feliz era o potriño

Xogando cós seus amigos
pastando das ricas herbas


Moi perto da droseriña

que tantas moscas collera
El sempre estaba contento




Mentras mamá acompañaba
para que nada pasara


Papá estaba sempre antento
vixiando o horizonte



Por se aparecía o lobo
sair correndo ao galope




Saltando de rocha en rocha




perseguindo ás volvoretas
podía pasarse horas


Medoso-lo paspallás


do seu trote se escapaba


Papá e Mamá o chamaban

que non se fose a perder

miércoles, 13 de febrero de 2013

AMADO VA AL DENTISTA


AMADO VA AL DENTISTA

Hoy Amado va a ir al dentista. A la fuerza, claro, qué remedio.

Cada vez que se le afloja un diente de leche, su mamá se lo ata con un hilo y de un tirón, ¡zas!, afuera, sin dolor ni sangre ni nada. Y queda el sitio listo para que se coloque el nuevo diente.
Pero resulta que le está saliendo un diente nuevo antes de que se afloje el de leche, y hay que sacar éste.

-Prepárate – le dice Angelito, su hermano mayor, para asustarlo- ¡Te va a coger el diente con unas tenazas y tirará con todas sus fuerzas...vas a chillar como un ratón en un cepo!!
-No le hagas caso –interviene Mamá- lo dice para meterte miedo. Si los dientes de leche no duelen nada.
-Además, que te ponen un algodón con una anestesia y te duerme la encía y ni te enteras- explica su hermana Anita.
-Ya verás, ya –insiste Angelito-

A la hora de acostarse, Mamá le arropa, como siempre, y le tranquiliza con la cancioncilla de dormirse:

Cuatro esquinitas
tiene mi cama;
cuatro angelitos
que me la guardan.

Y también:

Jesusito de mi vida
eres niño como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón.
Tóma-ló, to-ma-ló:
tuyo-es, mí-o-nó.

De todos modos, no habría conciliado el sueño Amado si no hubiese tenido mamá la previsión de hacerle beber una infusión de tila.

Pero despertó antes de lo acostumbrado, y todavía medio dormido se imaginaba unos alicates agarrando su dientecillo y tirando y tirando...

Angelito disfruta metiendole más miedo:

-Y seguro que te sacan más de un diente, una vez que vas, ese Dentista es capaz de sacarte todos los que faltan por caerte, vas a venir echo un coladero.
-Mentiroso. Que sólo me van a sacar uno. Y no tengo miedo
-Que va, miedo tu? Tú lo que tienes es pánico, y cuando veas las tenazas, terror es lo que vas a tener.

-Mamá, mamá, mira lo que me dice Angelito, dile que se calle.

Mamá viene para sacarlo de la cama, que ya es hora.
-Venga, ve a hacer pis y a lavarte, que es tarde.
-¿Y Angelito qué?
-¡Yo no tengo dentistaaaa!!!
-No, pero espabila también, que tienes mucho trabajo que hacer antes de ir al colegio, venga.

Y viendo que Amado está aguantándose las ganas de hacer pis por no levantarse, le canta:

Por la mañanita
cuando me levanto
tengo la colita
más dura que un canto

Amado se echa a reir y sale corriendo a hacer pis.

Hoy no le apetece ni la riquísima nata de la leche de la Coca, que siempre recoge a cucharadas flotando en la taza para comerla bien azucarada.

Mamá le coge de la mano y lo lleva afuera, que ya va siendo tarde –si no quieres comer, ya comerás luego más-
Angelito está terminando de sujetar los cántaros de la leche de La Coca a los lomos de El Tenorio.
Amado le da los buenos días a la vaquita palmeándole los duros pero suaves mofletes, y ella mueve la cabeza contenta.
Anita viene del gallinero, por qué vendrá siempre cantando cuando va a por huevos...
“El patio de mi casa,
es particular,
cuando llueve se moja,
como los demás”

Aún es muy temprano por la mañana, que el plan es que Mamá vaya dejando la leche en las casas del pueblo que se la compran y luego vaya al Dentista con Amado mientras el burrito regresa sólo a la casa, para que monten Angelito y Anita y vayan a la Escuela.
Comerán todos en la Panadería Escudero, como hacen los niños a diario, y Mamá quedará toda la tarde haciendo recados hasta que salgan los niños y todos juntos volverán a casa. Ese es el plan. No va a salir así, como veremos.

El perro León sale a despedir a Amado cuando éste y su Mamá montan en el burrito y se van. El niño mira para atrás pensando –si viniera mi León, el dentista no se atrevería a hacerme daño!!

-Ay, Tenorio, vete despacito, burrito mío, que no quiero llegar nunca- va pensando Amado, con más miedo del que nunca pensó que se podía tener, pero sí que se podía, sí.

-Cuando entran en Toro pasando por la puerta de la muralla, Amado se imagina que es una gran boca, y las casas del pueblo los dientes, y la boca es suya...ay, qué miedo, mamá.

Van repartiendo la leche, no se bebe mejor en el pueblo.
-¿Y cómo es que traes al niño hoy?
-Al dentista. Amado va al dentista.
-¿No tienes miedo?
-No tiene poco, así que no le metas más, mujer.

-Al cabo de una hora, que a él le ha parecido un minuto, ya están subiendo las escaleras de la consulta.

Anda, resulta que hay otro niño esperando. De su edad. Sentado junto a su mamá, sin decir nada, seguro que con el miedo en el cuerpo también.

Al poco rato parece cada uno el espejo del otro, sentados en bancos enfrentados, aferrados al brazo de sus mamás, y con una cara más blanca que la cera blanca.

Pasa un siglo.
Se abre la puerta.
¡El Dentista!
Los niños tiemblan.

-A ver, el primero ¿quién es el más valiente?

La otra mamá se levanta agarrando al asustado niño de la mano, que tira para atrás.
-¿No le ha explicado lo del algodón?
-Sí, que se lo ponen en la boca mojado con un producto para que no duela nada..
-Claro, hombre, pasa y verás como no es para tanto. ¿o quieres pasar tú antes?

Amado tiembla como un garabullo

-No, no, están ellos antes –dice Mamá, “gracias, mami”- no tengo prisa. Además, así ya ve Amado cuando salga ese tan campante que no hay por qué tener miedo.

Hale, allá entra el niño arrastras en la consulta.

Hay un instante de calma total. El silencio es tanto que si una mariposa moviese una antena se escucharía.

Y de repente....
-¡Ayyyy!

Amado se asusta y tiembla

-¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!

Un grito agudísimo como el de un gato herido y larguísimo como una serpiente larguísima sale de la consulta, sin necesidad de abrir la puerta, y salta como chicharra de pared en pared
-¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!

El grito se cuela por un oído de Amado y sale por el otro dejando su cabeza vibrando como cuerda de guitarra.

-....yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!!!!!!!

Las piernas de Amado se disparan como si fuesen un muelle de saltarín de circo, se suelta del brazo de Mamá y corre hacia la salida y baja las escaleras a la velocidad del rayo, adelantando al lastimero grito, que iba a la velocidad del sonido, claro.
Cuando su Mamá reacciona y se asoma por la ventana, ya ve al niño saliendo por la puerta de la muralla, no podía imaginarse que podía correr tan deprisa el chiquillo. Lo ve enfilar el camino que lleva directo a la finca, así que no se preocupa. Lo malo es que tendré que traerlo mañana otra vez.

Amado corre y corre y corre, el camino se va empinando y sus piernas ya no pueden correr tan deprisa, ya se van parando...
Va mirando para el suelo, y está a punto de chocar con la grupa de El Tenorio, que volvía solito para casa, como siempre.
Amado se agarra a la cola del Tenorio, que se para extrañado de verlo allí.

Poco después llega a la finca, sale a recibirlo El León y el niño se deja caer agotado del burrito y se abraza al perrito, que lo lame, se acuesta en el suelo y deja que Amado se acurruque sobre su barriguita de oso.

Lo mejor de todo es el final: Resulta que el diente se le cayó sólo con tanto correr, resulta que lo encontró Mamá al volver llevando las riendas del Tenorio, estaba brillando allí todo blanco en medio de la amarilla senda.
Cuando fue a acostarlo, se lo enseñó y lo pusieron bajo la almohada y se estuvieron riendo todos un buen rato, pero a Amado no le importó: tampoco había sido tan caguicas, como decía siempre Angelito, pues sí que había salido corriendo del dentista por el grito del otro niño, pero no había tenido miedo ninguno a ir corriendo el sólo a casa, y con lo lejos que está. De miedicas, nada. ¡Pero los alicates del dentista no quería ni verlos!!
y esa noche durmió de un tirón y al despertar, claro, en vez del diente, bajo la almohada había una peseta de recompensa del Ratoncito Pérez.

Y colorín, colorado, esta historia, que no es cuento, se ha terminado

martes, 5 de febrero de 2013

EL ZORRITO SALCHICHERO


Érase que se era una vez,
Del sitio ya ni me acuerdo,
Un zorrito… ya veréis:
¡un  zorrito salchichero!

Empezó aquél día contento:
Bebió leche de la vaca
Que es el mejor alimento,
Le dijo Mamá: ¡espabila!
Y le colgó la mochila
Que era día de colegio.

Cruzando de calle en calle
No se encontró compañeros
Porque ya llegaba tarde
y es que él nunca era el primero.

Y de repente encontró
Jugando en una placita
de rapaces un montón
jugando a la pelotita:

estaban jugando al fútbol
¡y metían un barullo!
Quedó el zorrito mirando
se apoyó en una ventana,
y un balón llegó volando,
pegó un salto ¡qué parada!
un aplauso se ha ganado.

Los jugadores querían
al zorrito de portero
y él contento les decía
¡soy Zorrito Salchichero!
tengo que ir al colegio
-¡no, que es la hora del recreo!
- ¡Qué deprisa pasa el tiempo!
¡qué regañina me espera
en la casa y en la escuela!

-No te preocupes, zorrito,
iremos todos contigo
-¿pero yo qué les explico?
-les dices que tus amigos
te invitaron a un partido

Y cuando todos llegaron
y a la maestra explicaron
cómo fue que lo encontraron
ella les dijo ¡callaros!
no tiene disculpa el caso
esto yo no se lo paso
vienen aquí sus papás
y no quiero saber más.

A la hora de comer
él tenía que pensar
que eso no se puede hacer
-No lo volveré a hacer más
Cada cosa, cuando toca
y jugar a la pelota
no se puede a cualquier hora.

El zorrito tenía hambre
no se podía aguantar
-Ya pensaré cuando duerma
me tengo que alimentar.
Y no se lo pensó más:
saltando por la ventana
se fue a buscar qué comer,
y lo que comer pensaba
ya lo podéis suponer:

Una hermosa y gran salchicha
de las que la tripa hinchan
Como no tenía dinero,
la tendría que robar,
para un zorro es lo primero,
y nadie se va a extrañar.

(Este cuento está quedando
un poquito de informal,
rapaces, estoy bromeando,
no lo vayáis a imitar,
que un zorrito esté robando
se le puede perdonar
porque lo estoy inventando
para que pueda rimar)

El caso es que este zorrito,
el zorrito salchichero
se escondió en un carrito
que llevaba el carnicero
todo lleno de perritos
perritos calientes, pero
se metió entre los paquetes
para que nadie le viese
y cuando el carrito soltaron
llenó de salchis las manos
se levantó, pegó un salto
y cuando estaba casi a salvo
de repente… ¡lo atraparon!
-¿Qué llevas en esas manos?
-La comida llevo, hermano
-De eso nada, soy humano
-Pues, si lo eres, perdona:
tengo un hambre peleona
si eres tú buena persona
yo tu amiguito sería
si me dejas las salchichas

-Para qué quiero, zorrito,
para qué quiero un amigo.

-¿Para qué?, para jugar
para ir al monte a explorar
para contarnos las cosas
que nos vayan a pasar.
Para reírnos, para cantar.

-No digas más que me asombras
Tienes razón: la amistad
es lo más guay del mundo,
pero es que no hay que robar,
te pagaré la salchicha
y ahora vámonos deprisa
que está calentando el sol
y si vamos monte arriba
lo pasaremos mejor.

Desde entonces el zorrito
y aquél niño son amigos:
si baja el zorrito al pueblo,
lo lleva el niño consigo
y van a dar un paseo
y si sube al monte el niño
le protege el animal
y se lo pasan genial
jugando por el pinar.

Y colorín colorado
este cuento se ha acabado

(amado)

miércoles, 23 de enero de 2013

SALVAR A LA COCA


SALVAR A LA COCA

¡¡Jó, qué nervios, qué prisas, qué peligros y, al final, qué alegría pasó Amado aquél día!!



Resulta que La Coca recayó enferma a los pocos días de aquél susto que nos dio, como os contaba hace poco.
Fue de repente. Mamá la había ordeñado y el niño jugaba a pasar de un lado a otro bajo la panza de La Coca, que comía su pienso tan alegre como siempre que Amado la hacía compañía. Era verano, así que la vaquita le daba al rabo para espanar a las moscas, y al crío le gustaba poner su carita al alcance de ese “plumero”, que le hacía cosquillas en las mejillas.
De repente, como os decía, la vaca dejó de agitar el rabo, dejó de comer, levantó la cabeza y dio un largo y lastimero mugido,
“¡Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!”, dijo, dobló las patas delanteras y se arrodilló, luego dobló las traseras y lentamente se tumbó, miró al niño y vovió a mugir “Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuu”, repitió.
Amado salió corriendo (ya no pararía de correr en todo el día)
-Mamá, mamá, que a la Coca le pasa algo!!!
Ya Mamá entraba en el establo, alarmada por los gemidos de la vaca, se acercó al animal, que estaba empezando a echar espuma por la boca y las narices...
-¡Ay, Amado, qué malita se está poniendo!¡Y estamos sólos tú y yo! ¿Cómo vamos a avisar al veterinario? Yo no puedo ir, con el reuma que tengo casi no puedo ni andar.
-Yo sé donde vive, Mamá, voy corriendo.
-¿Cómo vas a ir tú sólo? ¿Y si te pasa algo, te caes o cualquier cosa? Eres muy pequeño
-No soy pequeño, Mamá, ya tengo 3 años y medio
-La verdad es que veo muy malita a La Coca, no sé si aguantará mucho tiempo. Así que ve, Amado, vete a buscar al médico, corre, corre!!!
Amado ya había salido pitando. Con los mugidos de la Coca, también El Tenorio había dejado de pastar y estaba allí atento a todo. Cuando vió salir corriendo al niño, corrió a su lado y le adelantó, como diciéndole “monta, que te llevo”.
Amado comprendió que el burrito correría más que él, se montó de un salto, se agarró a la suave crin y nunca se vió a un burro correr tan rápido, si parecía un caballo de carreras. Tuvo que abrazarse al cuello del animal para no caerse.
¡Corre, Tenorio, corre!
¡Guau, guau!
Anda, si El León también iba con ellos, corriendo a su lado!!
El perro había decidido acompañarlos al ver que iban con tantas prisas, para protegerlos de algún peligro o por si necesitaban su ayuda.

Y vaya si la necesitarían.

Primero se encontaron con un tronco que el vendaval había tirado en medio del camino.
El Tenorio saltó como un caballo jerezano, Amado siempre abrazado a su fuerte cuello.
Luego resulta que el atajo que habían cogido para llegar antes, pasaba por un río, pero había llovido tanto los días anteriores,que el agua se había llevado la pasarela.
Y El Tenorio no sabía nadar.
-¡Guu, guau!!
Amado comprendió lo que le quería decir El León. Se bajó del burrito y se montó en su querido perro, que se metió poco a poco en el agua y pasaron al otro lado sin mayor problema, aunque algo mojados, eso sí.
Y ahora era El León un caballo corredor.
¡Corre, León, corre, corre!!
Tanto había llovido que el camino por allí era un barrizal y al perro se le hundían las patitas y no podía andar. Entonces saltó hacia las rocas de la ladera y de una en otra fue pasando aquél trecho. Amado pensó que estaba volando.

Cuando el Veterinario vió llegar a todo correr a un niño montado en un perro como si fuese un caballo, se frotó los ojos pensando que eran imaginaciones suyas.
Corra, doctor, corra!¡La Coca está muy malita!
-Ya voy, hijo, ya voy. Lo malo es que tengo la moto estropeada y tengo que ir andando.
-Hiiiii,hiiiiiiii!!
¡El Tenorio! En el último momento se había atrevido a lanzarse al agua, que había visto que los caballo saben nadar sin necesidad de aprender, así que pensó que él también podría nadar. Le costó mucho avanzar, se sumergió todo su lomo, menos mal que no llevaba al niño encima, pero pasó.
-¡Móntese en el burrito, señor!¡Verá cómo corre!

         Y Allá que fueron los cuatro: El Veterinario en el burrito y Amado en el León, que no era un león, era un perrito que se llamaba León. Bueno, nada de perrito, menudo perrazo que era, parecía un león.
Volvieron por otro atajo que pasaba el río por un puente. Era un poco más largo, pero no había que atravesar el río a nado.
¡Corred, corred, corred!
El veterinario creyó que estaba soñando, le parecía que aquél burrito era un Pegaso alado, tanto y tan bien corría El Tenorio.
Pero siempre pasa algo. Un rebaño de cientos de ovejas estaba ocupando el camino un poco más adelante. El León percibió su olor desde lejos y se adelantó a toda velocidad
¡Guau, Guau y guau!!
Se puso en medio del rebaño, ladrando a uno y otro lado, y en un plis plas las ovejas se apartaron del camino, que quedó libre justo cuando llegaba el burro a galope tendido.
Por fin llegaron a la finca, el veterinario enseguida se dio cuenta del peligro que corría La Coca. Le puso una inyección.
-Uf, hemos llegado justo a tiempo, ha sido un ataque muy fuerte de una enfermedad muy rara. Con esta inyección está fuera de peligro, ahora le voy a dar un tratamiento y en unos días estará completamente bien. Luego le daré un remedio para que no vuelva a recaer.
-Menos mal que estaba usted en casa
-Y menos mal que Amado llegó a tiempo, si tarda un poco más no había nada que hacer.
-Pues yo llegué a tiempo gracias al Tenorio y al León

Aquél día hubo fiesta en la casa para celebrar la curación de la vaquita que toda la familia quería tanto.
Todos felicitaron a Amado, y todos acariciaron y mimaron a los dos valientes animales que corriendo tanto salvaron a la Coca.
Esa noche La Coca soñó con que un ángel niño volaba por la cuadra. El Tenorio soñó que ganaba una carrera de caballos y que el premio era un aplauso de la familia. El León soñó que era un Perro Pastor de ovejas, el mejor del mundo entero. Y Amado no soñó nada porque estaba tan cansado de tanto cabalgar y de tantos nervios pasados, que su mamá le dio una tila y durmió de un tirón.


FIN

jueves, 10 de enero de 2013

EL TENORIO



¿Sabéis que mi burrito fue el de Sancho Panza? ¿Queréis que os lo cuentes?
Veréis...
       En el pueblo, que era Toro, se celebra una gran cabalgata el día de la Fiesta.
       Y resulta que aquél año, la carroza más grande y bonita era la de Don Quijote y Sancho: los personajes eran de verdad, pero los animales (Rocinante y el rucio) eran de cartón piedra.
       Bueno, pues el día anterior al desfile aparecen en la finca donde viviamos los encargados de esa carroza: que se les había roto el burrito de Sancho Panza, y que no tenían tiempo de arreglarlo, y como ellos sabían que teníamos nosotros un burrito muy bueno, que si sería posible que se lo dejásemos, si no se espantaba, vamos, que ellos lo sujetarían muy bien en la camioneta para que no se cayese.
       TENORIO era mi burrito. Era un burrito precioso, plateado como Platero, un burrito muy famoso, pero imaginario. Tenorio era de verdad, suave, alegre pero siempre atento y responsable de lo que hacía.
       Y si vierais cuánto nos queríamos Tenorio y yo.
       Cuando tiraba del trillo en la era y yo me subía encima, él se daba cuenta y caminaba más despacio, sin tirones, para que yo fuese más seguro. Y miraba de vez en cuando para atrás, para mirarme y creo que sonreía cuando yo le decía: “corre, Tenorio, corre”.
       También íbamos a vender la leche de la Coca, la vaquita que daba la mejor leche del mundo (otro día, os hablaré de la Coca). Mi mamá me subía al burrito y le cogía las riendas. Anda que no iba contento Tenorio mientras yo jugaba con sus orejotas y le acariciaba el fuerte cuello y le tiraba de la encaracolada crin, que parecía un tirabuzón suave.
       Y el Tenorio era nuestro transporte escolar también. Sí, sí: montados en él íbamos los tres hermanos a la escuela (¡tres en un burro, jajaja!), a tres kilómetros de distancia, o sea, como seis veces la distancia a vuestro colegio. Angelito, el mayor, iba delante, llevando las riendas. Anita iba en el medio, el mejor sitio y yo iba sentado en la grupa, porque que era el más pequeño de los tres. Tenorio se daba cuenta y caminaba plano, sin prisa...
       Pero estábamos con la carroza: Mi padre les dijo que no se preocupasen, que Tenorio sería el rocín de Sancho Panza, que podían estar tranquilos, porque no se espantaría. Y que no se les ocurriese atarlo.
Y allí estaba yo para ver el desfile, en primera línea, más nervioso que un flan, con miedo a que pasase algo con mi burrito.
Ahí viene, ya se acerca, veo la camioneta, ya se ve la lanza de Don Quijote, que viene montado en su Rocinante de cartón... ¡aquí está Tenorio! Miradlo que firme y quieto que va, pero si está inmóvil, si hasta también parece de cartón,
-¡se mueve menos que el caballo! dice la gente
-¿pero es de verdad? preguntan algunos,
-¡sí, sí, es Tenorio, es mi burrito!, gritaba yo
-¡Sí que es bonito ese burro!
-¡Viva Tenorio!
       “Sancho Panza“iba de pie, cogido a las riendas de Tenorio, y temblando del miedo que tenía a que el rucio se espantase, pero de eso nada, que mi burrito no se espantaba.
       Corrí detrás de la “carroza” y cuando terminó el desfile, me colgué del cuello de Tenorio y él se reía contento de verme contento a mí.
      
       ¿Veis como era verdad?: El burrito de Sancho Panza fue Tenorio, mi burrito.
      
       Os ha gustado este cuento que no es un cuento, que fue de verdad?

       Pues también tenía un perrito que era un león...

Pero el cuento de León queda para otro día, ¿vale?