miércoles, 24 de mayo de 2017

SOÑE SER MARIPOSA

 “he soñado que era un niño”
Un día soñé ser mariposa que volaba por el prado. Desde entonces no sé si antes era un hombre soñando ser mariposa o si soy ahora una mariposa que sueña que es un hombre.
Llegué volando a la casa
volando la rodeé.
Las alas se me llevaban:
yo no batía mis alas,
ellas solas se movían
que era cosa como magia.
Pasaba sobre las flores,
no cesaban de volar,
quería pararme un poco,
posarme enla fresca hierba
a la sombra de la casa...
y seguían su aleteo.
De pronto un vivo destello
me cegó mis cientos de ojos
y hasta las alas entonces
también se me estremecieron.
Sentí un dolor muy exrraño,
un dolor nunca sentido,
un mareo, un grande peso,
un susto inmenso, un gran miedo...
Me levanté no sé cómo,
me levanté como pude:
sangraba por la rodilla,
lloraba por los dos ojos.
Mi madre acuidó a los gritos,
en mi hermana me apoyaba
y con prisas y corriendo
cuando me quise dar cuenta
tenía la herida lavada
y una venda muy bien puesta.
La casa llena de gente
porque estaban de visita
los mis tíos de Madrid,
que che era un tío muy rico,
porque tenía dinero
más que flores el jardín
(¡era, el tío, millonario!).
Para mí todo era un gran lío
y me fuí otra vez afuera.
Como dolía la pierna
me puse a volar de nuevo.

Ahora eran buenas las alas
y me llevaban suaves
a una gran hoja de parra
y allí me quedé dormido.
-¡Buenos días, volvoreta!
¡Cuánto te gusta dormir!
Los enormes fasciculados ojos
de mi amigo Florivuela
sobre su espritrompa asomando
esperaban impacientes
que dejase de soñar,
que despertase a volar.
A mi amigo florivuela
le entusiasmaba volar
y pararse en cada flor
un segundo y nada más,
chupa-cupa, come-come
polen, néctar, los olores...
ni flor quería dejar.
Sólo el frío de la noche
le podía detener
y exhausto se adormecía
hasta sólo amanecer,
así un día y otro día,
no podía comprender
cómo dormía yo tanto
cómo tan poco el dormía.

Cuando aclaré eldespertar
y recordé la rodilla
pegué un salto y solté un grito
que hasta un grillo envidiaría.
Florivuela llevó un susto
y quedó patas arriba;
cuando se daba la vuelta
y los dos nos suetamos
se lo repetí más bajo,
mas con igual entusiasmo:
-¡He soñado que era un niño!
-¡Tú siempre sueña que sueña,
de soñar vas a morirte
que nunca chupas el néctar,
yo no sé cómo resistes!

Nota al margen: la semana pasada terminé de leer “El Profesor”, de Franc McCourt, y sentí un relámpago al leer, en la página 281: “Todo fue  por culpa del señor Lipper, porque en la clase de Filosofía nos estuvo hablando de esa cosa china en que un hombre sueña que es una mariposa, o a lo mejor es una mariposa que soñaba que era un hombre. O una mariposa. Ay, porras”

sábado, 2 de enero de 2016

AQUÉL TORITO BRAVO

Ha ido de pesca con su hijo. En moto, vespa por más señas. El río es de cómodo recorrido, entre dos amplios verdes valles de suave pendiente, ribera de álamos y alisos primaverales. El niño nunca será buen pescador, no le falta habilidad pero le sobran prisas e impaciencia. Se cansa pronto de no pescar y se dedica a seguir el itinerario paterno río adelante, contra corriente, observando plantas y bichos, un poco apartado del agua para no molestar la pesca.
La jornada no ha sido mala, no lo suele ser para él, gran pescador como lo es cazador cuando toca. A desandar el río. No para de hablarle al hijo.
Sabes qué cosa es la más rápida? ¡La vista!. Abres los ojos y zás, la vista a la monaña más lejana llega al instante. Y si es no noche en el mismo instante llega a las estrellas!!
De noche iba yo al colegio. Iba de noche porque de día no me dejaba mi padre: había que trabajar. El maestro ponía clase nocturna para quien quisiera ir. Y yo quería, quería aprender todo lo posible, no sólo a leer y escribir, quería aprender cómo es el mundo. Sólo me quedaba tiempo para jugar los domingos, por eso odiaba ir a misa. Me obligaban a ir, y yo me vengaba pasándome toda la misa diciendo palabrotas en voz baja. No tenía mucho tiempo para jugar. Un domingo me dijo mi padre que al salir de misa fuese corriendo a casa, que tenía que hacer no sé qué. Le dije que teníamos juego de pelota. Hoy no hay juego, me dijo, hoy no hay juego de pelota, así que al salir, derecho a casa. Al salir me quedé jugando, naturalmente, cualquiera resistía la tentación. ¿No te dije que no había juego? Me dijo, padre, me dijo, pero es que sí que había, al salir de misa empezaron a jugar, yo les dije que hoy no había, pero que sí, que había, así que me quedé. Los correazos que me llevé fueron incontables, de tan rápidos.

Ya no queda mucho para llegar al puente sobre el río en que está la moto aparcada.
Por la vaguada va una manada de reses. Son toros bravos, observa el pescador, agarrando a su hijo de la mano. Vamos deprisa pero sin correr que nunca se sabe.
La manada empieza lentamente a bajar y su paso parece trote sin serlo, pero ahora ya al mirarla se ven bien los expresivos rostros de los primeros miuras, que se paran a ver qué pasa con esas dos figuras, como perdonándoles la vida si siguen su camino. Menos uno.
Un torito empieza un trote atrevido, quiere demostrar a los mayores que ya está creciendo él. Viene directo. El padre se dio cuenta con su primer desvío de la manada.
Ese viene a por nosotros, corre!
La manada se ha detenido a observar. Como queriendo ver de qué es capaz su pequeño.
No va a dar tiempo a llegar al puente, porque el torito aligera el paso, bravo él.
Nos alcanza, tú corre a la carretera, corre, corre!
Tira la cesta y la caña y cual portugués “forçado” se planta esperando la embestido.
Si estuviera sólo podría correr aún, o subir a un árbol, o tirarse al río, yo qué sé.
Con el crío a su lado no puede torear, estaría perdido.
El toro al final embiste decidido, valiente él, de frente y a lo noble.
El testerazo es contundente. El hombre cierra los brazos alrededor de la cabeza, el cuerpo en la frente animal. El torito es bravío pero torito al fin, no puede levantar la frente y termina doblando la cerviz y caen al suelo los dos.
El niño no se ha ido. Nervioso pero también valiente quiere hacer algo, coge la caña y golpea al animal sin obedecer a su padre las órdenes de irse corriendo a la carretera.
Gime el toro, rendido, pidiendo ayuda a sus mayores.
Está llamando a la manada, tenemos que irnos.
La manada, en efecto, deja su quietud y empieza a bajar como búfalos al trote, a paso firme y ligero.
Va soltando despacio el cuello negro zaíno. El bicho no se mueve. Se levanta lentamente, el torito sigue gimiendo. La manada no tiene prisa, es la curiosidad la que la dirige allí.
Le da la mano a su crío y vuelve la vista atrás. Los toros se han detenido, han perdido el interés pero su mirada da ese miedo que sólo la mirada del toro bravo tiene, ese terror.
Deprisa deprisa, pero sin correr para no despertar los instintos de perseguidor, lleva casi en volandas al niño hasta el puente.
Antes de arrancar, último vistazo. El torito se ha levantado y la manda se esparce junto al río tranquila.
El nunca presumirá, ni siquiera contará aquélla hazaña. Su hijo no la olvidará nunca y la seguirá contando siempre.


miércoles, 17 de julio de 2013

HA LLEGADO LA CIGÜEÑA

LA CIGÜEÑA

¡Qué jaleo! ¡Qué ajetreo!
Entra genta, sale gente, Papá no para, Mamá no aparece. León está encerrado a cal y canto y no puedo abrir la puerta para ir con él. Anita y Angelito se fueron a Toro, al colegio, así que estoy sólo y despistado, a mi nadie me hace caso, ¡ni me ven delante!
Aquí pasa algo muy raro.

-Anda, vete a jugar por ahí

Bueno, por lo menos Papá me ha visto.
Pues si, allá ellos, los mayores, con sus líos. Me voy a jugar por ahì.
Hace frío, es invierno todavía, echo una carrerita por el camino abajo y cuando estoy llegando al contador me fijo en una cigüeña muy grande que está posada en lo alto. Claro, parece muy grande porque está muy cerca, que el contador es bajito, y las cigüeñas son pájaros muy grandes.
Ahí me quedo, pasmado, mirando a la cigüeña.


(¿Pero no tienes frío, cigüeña? ¡Yo me voy para casa!)

Otra carrerita, camino arriba, hasta la puerta de la casa.
Casi me atropella alguien al salir, me aparto, baja más gente, mujeres.

-¡Amado, que ha venido la cigüeña!

Anda, ya lo sé, acabo de verla...

-¡Y te ha traído una hermanita!!



(¡Aaah! ¡Esa cigüeña!, ¡la que trae los niños!. ¡Seguro que era la del contador!)

-Corre, Amado, corre, me digo. Cuando voy llegando, la cigüeña levanta el vuelo, extendiendo sus enormes alas blanquinegras y estirando cuello y patas, parece un avión.

-¡Espera, espera!...¡Adiós, cigüeña, adiós! ¡¡Y graciaaaaaaas!!

La casa era una fiesta. Mucha gente, todo el mundo contento. Ahora me dejaron pasar, más bien me pasaron y me llevaron a la habitación, para que viera al bebé. Pero yo solo miraba para Mamá, allí sonriente, muy blanca, me dedicó una mirada como si yo también fuera un bebé, me enseñó a mi nueva hermanita, para que la diera un besito, ella me dio otro a mi.
Aquélla noche no pegué ojo. Había visto a la cigüeña que me había traído una hermanita nueva. El bebé del que no se separó Mamá en todo el día, las dos en la cama, no sé por qué tenía que estar ella en la cama también.

jueves, 4 de julio de 2013

CUANDO ERA PEQUEÑITO

Cuando era pequeñito
dormía con la criada;
ahora que soy mayorcito
no quiere, la condenada

sábado, 29 de junio de 2013

LAS CEREZAS

LAS CEREZAS

Mamá llegó con un cesto de cerezas. Rojas y grandes, apetitosas. Reparte un buen puñado a cada uno y los tres hermanos se sientan a la puerta de la casa, más contentos que unas pascuas.




Comen y se ríen, glotones, golosos, entusiasmados con el profundo sabor y aroma de esas cerezas únicas que cuando marchen de Toro nunca volverán a probar pero siempre recordarán.
Anita se ha colgado en las orejas dos pendientes de cerezas. Amado la mira envidioso y busca en las suyas otro...¡y encuentra tres en uno!
-Mira, Anita, tres juntas, mira qué pendiente!!
Se lo cuelga en la oreja feliz y satisfecho, ganador.
Anita le mira. Esas cerezas que cuelgan de la oreja de Amado aún parecen más gordas, coloradas y sabrosas. Mirara las suyas, que se están terminando, vuelve a mirar las del pendiente tridente y ¡zás! las agarra, las arranca en un puño y a la boca la primera.
Su hermanito la mira, la cara un poema, un dramón, un berrinche que no acaba de salir, de tanta estupefacción.
Ella le mira, culpable, sonríe con una risita traviesa de pícara perversa y astuta, y ya tiene la tercer cereza en la boca.
Amado, en un arranque definitivo de rabia y derrota, de un manotazo le aventa las pocas que le quedaban a ella en la faldita y corre a comerse las suyas al otro lado de la casa.

¡Aquéllas cerezas que quedó sin comerse ya no las comería jamás!

lunes, 20 de mayo de 2013

O CABALIÑO DO MONTE

Érase unha vez que se era
Un cabaliño alazán

que nacéu nunha pradera




Foi na Serra do Barbanza
do Iroite na aba



De pequeñito trotata


que parece que voaba

¡Qué feliz era o potriño

Xogando cós seus amigos
pastando das ricas herbas


Moi perto da droseriña

que tantas moscas collera
El sempre estaba contento




Mentras mamá acompañaba
para que nada pasara


Papá estaba sempre antento
vixiando o horizonte



Por se aparecía o lobo
sair correndo ao galope




Saltando de rocha en rocha




perseguindo ás volvoretas
podía pasarse horas


Medoso-lo paspallás


do seu trote se escapaba


Papá e Mamá o chamaban

que non se fose a perder

miércoles, 13 de febrero de 2013

AMADO VA AL DENTISTA


AMADO VA AL DENTISTA

Hoy Amado va a ir al dentista. A la fuerza, claro, qué remedio.

Cada vez que se le afloja un diente de leche, su mamá se lo ata con un hilo y de un tirón, ¡zas!, afuera, sin dolor ni sangre ni nada. Y queda el sitio listo para que se coloque el nuevo diente.
Pero resulta que le está saliendo un diente nuevo antes de que se afloje el de leche, y hay que sacar éste.

-Prepárate – le dice Angelito, su hermano mayor, para asustarlo- ¡Te va a coger el diente con unas tenazas y tirará con todas sus fuerzas...vas a chillar como un ratón en un cepo!!
-No le hagas caso –interviene Mamá- lo dice para meterte miedo. Si los dientes de leche no duelen nada.
-Además, que te ponen un algodón con una anestesia y te duerme la encía y ni te enteras- explica su hermana Anita.
-Ya verás, ya –insiste Angelito-

A la hora de acostarse, Mamá le arropa, como siempre, y le tranquiliza con la cancioncilla de dormirse:

Cuatro esquinitas
tiene mi cama;
cuatro angelitos
que me la guardan.

Y también:

Jesusito de mi vida
eres niño como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón.
Tóma-ló, to-ma-ló:
tuyo-es, mí-o-nó.

De todos modos, no habría conciliado el sueño Amado si no hubiese tenido mamá la previsión de hacerle beber una infusión de tila.

Pero despertó antes de lo acostumbrado, y todavía medio dormido se imaginaba unos alicates agarrando su dientecillo y tirando y tirando...

Angelito disfruta metiendole más miedo:

-Y seguro que te sacan más de un diente, una vez que vas, ese Dentista es capaz de sacarte todos los que faltan por caerte, vas a venir echo un coladero.
-Mentiroso. Que sólo me van a sacar uno. Y no tengo miedo
-Que va, miedo tu? Tú lo que tienes es pánico, y cuando veas las tenazas, terror es lo que vas a tener.

-Mamá, mamá, mira lo que me dice Angelito, dile que se calle.

Mamá viene para sacarlo de la cama, que ya es hora.
-Venga, ve a hacer pis y a lavarte, que es tarde.
-¿Y Angelito qué?
-¡Yo no tengo dentistaaaa!!!
-No, pero espabila también, que tienes mucho trabajo que hacer antes de ir al colegio, venga.

Y viendo que Amado está aguantándose las ganas de hacer pis por no levantarse, le canta:

Por la mañanita
cuando me levanto
tengo la colita
más dura que un canto

Amado se echa a reir y sale corriendo a hacer pis.

Hoy no le apetece ni la riquísima nata de la leche de la Coca, que siempre recoge a cucharadas flotando en la taza para comerla bien azucarada.

Mamá le coge de la mano y lo lleva afuera, que ya va siendo tarde –si no quieres comer, ya comerás luego más-
Angelito está terminando de sujetar los cántaros de la leche de La Coca a los lomos de El Tenorio.
Amado le da los buenos días a la vaquita palmeándole los duros pero suaves mofletes, y ella mueve la cabeza contenta.
Anita viene del gallinero, por qué vendrá siempre cantando cuando va a por huevos...
“El patio de mi casa,
es particular,
cuando llueve se moja,
como los demás”

Aún es muy temprano por la mañana, que el plan es que Mamá vaya dejando la leche en las casas del pueblo que se la compran y luego vaya al Dentista con Amado mientras el burrito regresa sólo a la casa, para que monten Angelito y Anita y vayan a la Escuela.
Comerán todos en la Panadería Escudero, como hacen los niños a diario, y Mamá quedará toda la tarde haciendo recados hasta que salgan los niños y todos juntos volverán a casa. Ese es el plan. No va a salir así, como veremos.

El perro León sale a despedir a Amado cuando éste y su Mamá montan en el burrito y se van. El niño mira para atrás pensando –si viniera mi León, el dentista no se atrevería a hacerme daño!!

-Ay, Tenorio, vete despacito, burrito mío, que no quiero llegar nunca- va pensando Amado, con más miedo del que nunca pensó que se podía tener, pero sí que se podía, sí.

-Cuando entran en Toro pasando por la puerta de la muralla, Amado se imagina que es una gran boca, y las casas del pueblo los dientes, y la boca es suya...ay, qué miedo, mamá.

Van repartiendo la leche, no se bebe mejor en el pueblo.
-¿Y cómo es que traes al niño hoy?
-Al dentista. Amado va al dentista.
-¿No tienes miedo?
-No tiene poco, así que no le metas más, mujer.

-Al cabo de una hora, que a él le ha parecido un minuto, ya están subiendo las escaleras de la consulta.

Anda, resulta que hay otro niño esperando. De su edad. Sentado junto a su mamá, sin decir nada, seguro que con el miedo en el cuerpo también.

Al poco rato parece cada uno el espejo del otro, sentados en bancos enfrentados, aferrados al brazo de sus mamás, y con una cara más blanca que la cera blanca.

Pasa un siglo.
Se abre la puerta.
¡El Dentista!
Los niños tiemblan.

-A ver, el primero ¿quién es el más valiente?

La otra mamá se levanta agarrando al asustado niño de la mano, que tira para atrás.
-¿No le ha explicado lo del algodón?
-Sí, que se lo ponen en la boca mojado con un producto para que no duela nada..
-Claro, hombre, pasa y verás como no es para tanto. ¿o quieres pasar tú antes?

Amado tiembla como un garabullo

-No, no, están ellos antes –dice Mamá, “gracias, mami”- no tengo prisa. Además, así ya ve Amado cuando salga ese tan campante que no hay por qué tener miedo.

Hale, allá entra el niño arrastras en la consulta.

Hay un instante de calma total. El silencio es tanto que si una mariposa moviese una antena se escucharía.

Y de repente....
-¡Ayyyy!

Amado se asusta y tiembla

-¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!

Un grito agudísimo como el de un gato herido y larguísimo como una serpiente larguísima sale de la consulta, sin necesidad de abrir la puerta, y salta como chicharra de pared en pared
-¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!

El grito se cuela por un oído de Amado y sale por el otro dejando su cabeza vibrando como cuerda de guitarra.

-....yyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!!!!!!!

Las piernas de Amado se disparan como si fuesen un muelle de saltarín de circo, se suelta del brazo de Mamá y corre hacia la salida y baja las escaleras a la velocidad del rayo, adelantando al lastimero grito, que iba a la velocidad del sonido, claro.
Cuando su Mamá reacciona y se asoma por la ventana, ya ve al niño saliendo por la puerta de la muralla, no podía imaginarse que podía correr tan deprisa el chiquillo. Lo ve enfilar el camino que lleva directo a la finca, así que no se preocupa. Lo malo es que tendré que traerlo mañana otra vez.

Amado corre y corre y corre, el camino se va empinando y sus piernas ya no pueden correr tan deprisa, ya se van parando...
Va mirando para el suelo, y está a punto de chocar con la grupa de El Tenorio, que volvía solito para casa, como siempre.
Amado se agarra a la cola del Tenorio, que se para extrañado de verlo allí.

Poco después llega a la finca, sale a recibirlo El León y el niño se deja caer agotado del burrito y se abraza al perrito, que lo lame, se acuesta en el suelo y deja que Amado se acurruque sobre su barriguita de oso.

Lo mejor de todo es el final: Resulta que el diente se le cayó sólo con tanto correr, resulta que lo encontró Mamá al volver llevando las riendas del Tenorio, estaba brillando allí todo blanco en medio de la amarilla senda.
Cuando fue a acostarlo, se lo enseñó y lo pusieron bajo la almohada y se estuvieron riendo todos un buen rato, pero a Amado no le importó: tampoco había sido tan caguicas, como decía siempre Angelito, pues sí que había salido corriendo del dentista por el grito del otro niño, pero no había tenido miedo ninguno a ir corriendo el sólo a casa, y con lo lejos que está. De miedicas, nada. ¡Pero los alicates del dentista no quería ni verlos!!
y esa noche durmió de un tirón y al despertar, claro, en vez del diente, bajo la almohada había una peseta de recompensa del Ratoncito Pérez.

Y colorín, colorado, esta historia, que no es cuento, se ha terminado