LA CIGÜEÑA
¡Qué jaleo! ¡Qué ajetreo!
Entra genta, sale gente, Papá no para, Mamá no aparece. León
está encerrado a cal y canto y no puedo abrir la puerta para ir con él. Anita y
Angelito se fueron a Toro, al colegio, así que estoy sólo y despistado, a mi
nadie me hace caso, ¡ni me ven delante!
Aquí pasa algo muy raro.
-Anda, vete a jugar
por ahí
Bueno, por lo menos Papá me ha visto.
Pues si, allá ellos, los mayores, con sus líos. Me voy a
jugar por ahì.
Hace frío, es invierno todavía, echo una carrerita por el
camino abajo y cuando estoy llegando al contador me fijo en una cigüeña muy
grande que está posada en lo alto. Claro, parece muy grande porque está muy
cerca, que el contador es bajito, y las cigüeñas son pájaros muy grandes.
Ahí me quedo, pasmado, mirando a la cigüeña.
(¿Pero no tienes frío,
cigüeña? ¡Yo me voy para casa!)
Otra carrerita, camino arriba, hasta la puerta de la casa.
Casi me atropella alguien al salir, me aparto, baja más
gente, mujeres.
-¡Amado, que ha venido
la cigüeña!
Anda, ya lo sé, acabo de verla...
-¡Y te ha traído una
hermanita!!
(¡Aaah! ¡Esa cigüeña!,
¡la que trae los niños!. ¡Seguro que era la del contador!)
-Corre, Amado, corre,
me digo. Cuando voy llegando, la cigüeña levanta el vuelo, extendiendo sus
enormes alas blanquinegras y estirando cuello y patas, parece un avión.
-¡Espera,
espera!...¡Adiós, cigüeña, adiós! ¡¡Y graciaaaaaaas!!
La casa era una fiesta. Mucha gente, todo el mundo contento.
Ahora me dejaron pasar, más bien me pasaron y me llevaron a la habitación, para
que viera al bebé. Pero yo solo miraba para Mamá, allí sonriente, muy blanca,
me dedicó una mirada como si yo también fuera un bebé, me enseñó a mi nueva
hermanita, para que la diera un besito, ella me dio otro a mi.
Aquélla noche no pegué ojo. Había visto a la cigüeña que me
había traído una hermanita nueva. El bebé del que no se separó Mamá en todo el
día, las dos en la cama, no sé por qué tenía que estar ella en la cama también.
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